Dylan Thomas -After the funeral- |
viernes, 11 de julio de 2003 |
After the funeral Dylan Thomas (1914-1953)
In memory of Ann Jones
After the funeral, mule praises, brays, Windshake of sailshaped ears, muffle-toed tap Tap happily of one peg in the thick Grave's foot, blinds down the lids, the teeth in black, The spittled eyes, the salt ponds in the sleeves, Morning smack of the spade that wakes up sleep, Shakes a desolate boy who slits his throat In the dark of the coffin and sheds dry leaves, That breaks one bone to light with a judgment clout' After the feast of tear-stuffed time and thistles In a room with a stuffed fox and a stale fern, I stand, for this memorial's sake, alone In the snivelling hours with dead, humped Ann
Whose hodded, fountain heart once fell in puddles Round the parched worlds of Wales and drowned each sun
(Though this for her is a monstrous image blindly Magnified out of praise; her death was a still drop; She would not have me sinking in the holy Flood of her heart's fame; she would lie dumb and deep And need no druid of her broken body). But I, Ann's bard on a raised hearth, call all The seas to service that her wood-tongud virtue Babble like a bellbuoy over the hymning heads,
Bow down the walls of the ferned and foxy woods That her love sing and swing through a brown chapel, Blees her bent spirit with four, crossing birds.
Her flesh was meek as milk, but this skyward statue With the wild breast and blessed and giant skull Is carved from her in a room with a wet window In a fiercely mourning house in a crooked year. I know her scrubbed and sour humble hands Lie with religion in their cramp, her threadbare
Whisper in a damp word, her wits drilled hollow,
Her fist of a face died clenched on a round pain; And sculptured Ann is seventy years of stone. These cloud-sopped, marble hands, this monumental Argument of the hewn voice, gesture and psalm
Storm me forever over her grave until The stuffed lung of the fox twitch and cry Love And the strutting fern lay seeds on the black sill.
Después del funeral
A la memoria de Ann Jones
Después del funeral, alabanzas de necios, rebuznos, golpes de viento en las orejas como velas, el acolchado golpeteo de una alegre clavija sobre el pie grueso de la tumba que clausura los párpados, los dientes en negro, los babosos ojos, las charcas de salitre en las mangas, el matinal chasquido de la pala que despierta el sueño, en las tinieblas del ataúd sacude a un niño desolado que gotea hojas secas al cortar su garganta y saca un hueso al sol en un golpe de juicio, tras el festín de cardos y horas llenas de lágrimas en un cuarto con un zorro disecado y un helecho marchito, por esta ceremonia yo estoy solo en las horas del llanto con Ann, la muerta, la jibosa,
cuyo embozado corazón de fuente se derramara cierta vez en charcos en torno de los mundos asolados en el país de Gales y ahogara cada sol
(aunque ella creería esta imagen una ciega y monstruosa alabanza engrandecida --su muerte fue una gota callada--, no hubiera dejado que me hundiese en el chorro sagrado del prestigio de su corazón, yacería honda y muda pues su cuerpo quebrado no necesita de un poeta). Pero yo, bardo de Ann, desde un hogar en alto llamo a todos los mares a oración, para que la leñosa lengua de su virtud murmure como una boya de campana sobre las cabezas de los que cantan himnos,
abata las paredes del bosque lleno de helechos y de zorros y su amor cante mecido en la parda capilla, y bendiga con cuatro aves de paso su alma reverente.
Mansa como la leche fue su carne, pero esta estatua camino al cielo
con su pecho salvaje y la bendita, gigante calavera se halla esculpida a su imagen en un cuarto de ventanas mojadas en una casa ferozmente enlutada por un año nefasto. Yo sé que sus manos agrietadas, humildes, rancias manos yacen crispadas en oración,
su raído murmullo en una frase húmeda, su ingenio, goteando en el vacío;
su rostro como un puño al morir se contrajo en un dolor redondo y es Ann en su escultura, setenta años de tallada piedra. Estas manos de mármol, empapadas de nubes, esta disputa gigantesca de la voz desbastada, del ademán y el salmo,
me asaltarán por siempre sobre su tumba hasta que el pulmón del zorro disecado se estremezca y grite "amor" y el helecho hamacado por el viento deje en el umbral negro sus semillas.
Versión de Elizabeth Azcona CranwellEtiquetas: Dylan Thomas |
posted by Torre @ 12:10 |
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