6. The man in the moon came down too soon John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973)
The Man in the Moon had silver shoon, It and his beard was of silver thread; With opals crowned and pearls all bound about his girdlestead, In his mantle grey he walked one day across a shining floor, And with crystal key in secrecy he opened an ivory door.
0n a filigree stair of glimmering hair then lightly down he went, And merry was he at last to be free on a mad adventure bent. In diamonds white he had lost delight; he was tired of his minaret Of tall moonstone that towered alone on a lunar mountain set.
Hе would dare any peril for ruby and beryl to broider his pale attire, For new diadems of lustrous gems, emerald and sapphire. So was lonely too with nothing to do but stare at the world of gold And heark to the hum that would distantly come as gaily round it rolled.
At plenilune in his argent moon in his heart he longed for Fire: fot the limpid lights of wan selenites; for red was his desire, For crimson and rose and ember-glows, for flame with burning tongue, For the scarlet skies in a swift sunrise when a stormy day is young.
He’d have seas of blues, and the living hues of forest green and fen; And he yearned for the mirth of the populous earth and the sanguine blood of men. He coveted song, and laughter long, and viands hot, and wine, Eating pearly cakes of light snowflakes and drinking thin moonshine.
He twinkled his feet, as he thought of the meat, of pepper, and punch galore; And he tripped unaware on his slanting stair, and like a meteor, A star in flight, ere Yule one night flickering down he fell From his laddery path to a foaming bath in the windy Bay of Bel.
He began to think, lest he melt and sink, what in the moon to do, When a fisherman’s boat found him far afloat to the amazement of the crew, Caught in their net all shimmering wet in a phosphorescent sheen Of bluey whites and opal light sand delicate liquid green.
Against his wish with the morning fish they packed him back to land: ’You had best get a bed in an inn’, they said; ’the town is near at hand’. Only the knell of one slow bell high in the Seaward Tower Announced the news of his moonsick cruise.
Not a hearth was laid, not a breakfast made, and dawn was cold and damp. There were ashes for fire, and for grass the mire, for the sun a smoking lamp In a dim back-street. Not a man did he meet, no voice was raised in song; There were snores instead, for all folk were abed and still would slumber long.
He knocked as he passed on doors locked fast, and called and cried in vain, Till he came to an inn that had light within, and tapped at a window-pane. A drowsy cook gave a surly look, and ‘What do you want?’ said he. ’I want fire and gold and songs of old and red wine flowing free!’
’You won’t get them here’, said the cook with a leer, ’but you may come inside. Silver I lack and silk to my back- maybe I’ll let you bide’. A silver gift the latch to lift, a pearl to pass the door; For a seat by the cook in the ingle-nook it cost him twenty more.
For hunger or drouth naught passed his mouth till he gave both crown and cloak; And all that he got, in an earthen pot broken and black with smoke, Was porridge cold and two days old to eat with a wooden spoon. For puddings of Yule with plums, poor fool, he arrived so much too sooo: An unwary guest on a lunatic quest from the Mountains of the Moon.
6. El hombre de la luna bajó demasiado pronto
El Hombre de la Luna tenía zapatos plateados, Y barba de hebras plateadas; Coronado de ópalos y con perlas Sujetas a su cinturón, Envuelto en su manto gris caminó un día A través de un suelo resplandeciente, Y secretamente, con una llave de cristal, Abrió una puerta de marfil.
Por una afiligranada escala de telaraña centelleante Bajó deprisa, Y finalmente fue feliz de verse libre, Lanzado a una loca aventura. Había perdido el gusto por los blancos diamantes; Estaba cansado de su minarete De alta piedra que se elevaba solitario En el montañoso paisaje lunar.
Hubiera enfrentado cualquier peligro por el rubí y el berilo Para adornar su pálido atuendo, Por nuevas diademas de gemas lustrosas, Esmeraldas y zafiros. Estaba solo además, sin nada que hacer, Sino mirar abajo el mundo dorado O tratar de oír la melodía distante Que pasaba junto a él como un alegre remolino.
En el plenilunio de su luna de plata, Su corazón había anhelado el fuego: No las límpidas luces de los pálidos selenitas; Porque rojo era su deseo, Por purpúreos resplandores de rosa y carmesí, Por una llama de ardiente lengua, Por cielos escarlata en un rápido amanecer Cuando un tempestuoso día aún es joven.
Vio mares azulados, y los matices vivientes De verdes bosques y marjales; Y añoraba la alegría de la Tierra populosa Y la sanguínea corriente de los hombres; Codiciaba el canto, y la risa duradera, Y las viandas calientes, y el vino, Pues comía pasteles perlados de ligeros copos de nieve Y bebía luz de luna.
Le cosquillearon los pies, al pensar en la carne, En el ponche y en el guiso con pimienta; Y resbaló sin darse cuenta en su escalera inclinada, Y como un meteoro, Una estrella fugaz, en Yule una noche Cayó titilando Desde su escalera, para darse un espumoso baño En la bahía ventosa de Bel.
Empezó a pensar, temiendo derretirse y hundirse, Qué hacer en la luna, Cuando el bote de un pescador lo encontró flotando a lo lejos Para asombro de la tripulación; Lo atraparon en su red, todo mojado y brillante Con un resplandor fosforescente De blancos azulados y luces de ópalo Y un delicado líquido verde.
Contra su deseo, con el pescado de la mañana Lo mandaron a tierra: ”Es mejor que alquiles cama en una Hostería”, dijeron; ”La ciudad está muy cerca”. Sólo el tañido de una lenta campana En la alta Torre del Mar Anunció las nuevas de su lunático crucero A hora tan inapropiada.
No se encendieron fuegos, no hubo desayunos, Y la mañana fue fría y húmeda. Había cenizas en lugar de fuego, y fango en lugar de hierba, Y una lámpara en lugar del Sol En una oscura callejuela. No encontró a nadie, Ninguna voz se alzaba en canción; En cambio había ronquidos, ya que todos estaban en la cama Y aún habían de dormir largo tiempo.
Golpeó las puertas cerradas mientras pasaba, Y gritó y llamó en vano, Hasta que llegó a una posada con luz en su interior, Y golpeó el cristal de la ventana. Un soñoliento cocinero echó una áspera mirada, Y dijo “¿Qué es lo que quieres?”. ”Quiero fuego, y oro, y canciones antiguas, Y el rojo vino fluyendo libremente”.
”No los conseguirás aquí”, dijo el cocinero mirando de reojo, ”Pero puedes entrar. Carezco de plata y de seda con que cubrir mi espalda, Pero tal vez te pueda alojar”. Un regalo de plata para levantar el cerrojo, Una perla para cruzar la puerta; Un asiento junto al cocinero cerca del fuego, Le costó veinte más.
Por hambre o sed nada se llevó a la boca Hasta que hubo dado todo cuanto llevaba; Y todo lo que obtuvo, en una olla de barro Rota y sucia de humo, Fueron gachas frías, de dos días Que comió con una cuchara de madera. Para el budín de Yule con ciruelas, pobre infeliz, Había llegado demasiado pronto: Un huésped incauto en una búsqueda lunática Desde las Montañas de la Luna.Etiquetas: J.R.R. Tolkien |