15. The sea-bell John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973)
I walked by the sea, and there came to me, as a star-beam on the wet sand, a white shell like a sea-bell; trembling it lay in my wet hand. In my fingers shaken I heard waken a ding within, by a harbour bar a buoy swinging, a call ringing over endless seas, faint now and far.
Then I saw a boat silently float on the night-tide, empty and grey. 'It is later than late! Why do we wait?' I leapt in and cried: 'Bear me away!'
It bore me away, wetted with spray, wrapped in a mist, wound in a sleep, to a forgotten strand in a strange land. In the twilight beyond the deep I heard a sea-bell swing in the swell, dinging, dinging, and the breakers roar on the hidden teeth of a perilous reef; and at last I came to a long shore. White it glimmered, and the sea simmered with star-mirrors in a silver net; cliffs of stone pale as ruel-bone in the moon-foam were gleaming wet. Glittering sand slid through my hand, dust of pearl and jewel-grist, trumpels of opal, roses of coral, flutes of green and amethyst. But under cliff-eaves there were glooming caves, weed-curtained, dark and grey; a cold air stirred in my hair, and the light waned, as I hurried away.
Down from a hill ran a green rill; its water I drank to my heart's ease. Up its fountain-stair to a country fair of ever-eve I came, far from the seas, climbing into meadows of fluttering shadows: flowers lay there like fallen stars, and on a blue pool, glassy and cool, like floating moons the nenuphars. Alders were sleeping, and willows weeping by a slow river of rippling weeds; gladdon-swords guarded the fords, and green spears, and arrow-reeds.
There was echo of song all the evening long down in the valley; many a thing running to and fro: hares white as snow, voles out of holes; moths on the wing with lantern-eyes; in quiet surprise brocks were staring out of dark doors. I heard dancing there, music in the air, feet going quick on the green floors. But whenever I came it was ever the same: the feet fled, and all was still; never a greeting, only the fleeting pipes, voices, horns on the hill.
Of river-leaves and the rush-sheaves I made me a mantle of jewel-green, a tall wand to hold, and a flag of gold; my eyes shone like the star-sheen. With flowers crowned I stood on a mound, and shrill as a call at cock-crow proudly I cried: 'Why do you hide? Why do none speak, wherever I go? Here now I stand, king of this land, with gladdon-sword and reed-mace.
Answer my call! Come forth all' Speak to me words! Show me a face!'
Black came a cloud as a night-shroud. Like a dark mole groping I went, to the ground falling, on my hands crawling with eyes blind and my back bent. I crept to a wood: silent it stood in its dead leaves, bare were its boughs. There must I sit, wandering in wit, while owls snored in their hotlow house. For a year and a day there must I stay: beetles were tapping in the rotten trees, spiders were weaving, in the mould heaving puffballs loomed about my knees.
At last there came light in my long night, and I saw my hair hanging grey. 'Bent though I be, I must find the sea! I have lost myself, and I know not the way, but let me be gone!' Then I stumbled on; like a hunting bat shadow was over me; in my ears dinned a withering wind, and with ragged briars I tried to cover me. My hands were torn and my knees worn, and years were heavy upon my back, when the rain in my face took a salt taste, and I smelled the smell of sea-wrack.
Birds came sailing, mewing, wailing; I heard voices in cold caves, seals barking, and rocks snarling, and in spout-holes the gulping of waves. Winter came fast; into a mist I passed, to land's end my years I bore; snow was in the air, ice in my hair, darkness was lying on the last shore.
There still afloat waited the boat, in the tide lifting, its prow tossing. Weary I lay, as it bore me away, the waves climbing, the seas crossing, passing old hulls clustered with gulls and great ships laden with light, coming to haven, dark as a raven, silent as snow, deep in the night.
Houses were shuttered, wind round them muttered, roads were empty. I sat by a door, and where drizzling rain poured down a drain I cast away all that I bore: in my clutching hand some grains of sand, and a sea-shell silent and dead. Never will my ear that bell hear, never my feet that shore tread Never again, as in sad lane, in blind alley and in long street ragged I walk. To myself I talk; for still they speak not, men that I meet.
15. La campana del mar
Caminaba junto al mar, y vino a mí, Como un rayo de luz estelar en la húmeda arena, Una concha blanca como una campana; Temblando fue a parar a mi mano mojada. En mis agitados dedos pude oir como despertaba Un sonido en su interior, como una boya balanceándose Junto a la barra de un puerto, una llamada que sonaba Sobre mares infinitos, ahora lejana y débil.
Entonces vi un bote flotando en silencio En la marea nocturna, vacio y gris. "¡Es muy tarde! ¿Por qué esperar?" Salté a bordo y grité: "¡Llévame lejos!" Me llevó lejos, húmedo de rocío, Envuelto por la niebla, herido por el sueño, A una playa extraña, en una tierra extraña. En el crepúsculo más allá del abismo Oí una campana balancearse en la marejada, Sonando, sonando, mientras rugían los rompientes En los ocultos dientes de un peligroso arrecife; Y llegué por fin a una extensa orilla. Blanca centeallaba, y el mar hervía Con estrellas espejeantes en una red de plata; Riscos de piedra pálidos como huesos En la espuma lunar lanzaban destellos de humedad. Arena brillante se deslizaba por mi mano, Polvo de perlas y joyas pulverizadas, Caracolas de ópalo, rosas de coral, Flautas verdes de amatista. Pero bajo el alero de los riscos se abrían lóbregas cuevas, Con cortinas de maleza, oscuras y grises; Un aire frío agitó mis cabellos, Y la luz se desvaneció, mientras yo me alejaba.
Un verde riachuelo bajaba la colina; Bebí sus aguas para alivio de mi corazón. Subí su escalera, hasta un hermoso país De eterna vigilia, lejos del mar, Salté por los prados de sombras palpitantes; Allí yacían flores como estrellas caídas, Y en un estanque azul, frío y vidrioso, Nenúfares como lunas flotantes. Los alisos dormían, y los sauces lloraban Junto a un lento río de hierbas onduladas; Espadas de lirio guardaban los vados, Y verdes lanzas y flechas de caña.
El eco de una canción sonó toda la tarde Abajo en el valle; Muchas cosas Corrían aquí y allá: Liebres blancas como la nieve, Ratones que surgían de agujeros; Polillas aladas Con ojos brillantes; En una tensa quietud Los tejones miraban fijamente desde oscuras puertas. Oí canciones allí, música en el aire, Pies apresurados en el verde suelo. Pero a donde quiera que fuese ocurría lo mismo: Los pies huían, y todo quedaba tranquilo; Nunca un saludo, sólo las fugaces Cañas, las voces, y cuernos en la colina.
De hojas de río y gavillas de juncos Me hice una capa de verde enjoyado, Una larga vara, y un dorado estandarte; Mis ojos brillaban como brillan las estrellas. De flores coronado me subí a un montículo, Y de modo penetrante, como el canto del gallo Grité orgullosamente: "¿Por qué os ocultáis? ¿Por qué nadie habla, a donde quiera que voy? Aquí estoy ahora, Señor de esta tierra, Con mi espada de lirio y mi maza de caña.
¡Contestad a mi llamada! ¡Venid todos! ¡Habladme con palabras! ¡Mostradme vuestras caras!"
Llegó una nube negra como una mortaja nocturna, Fui a tientas como un oscuro topo, Caí al suelo, mis manos se arrastraban Con los ojos ciegos y la espalda doblada. Subí a un árbol: se alzaba silencioso Con las hojas muertas; desnudas estaban sus ramas. Allí debí sentarme, dejando vagar mi ingenio, Mientras los búhos roncaban en su hueco hogar. Me quedé allí un día y un año: Los escarabajos golpeaban las ramas putrefactas, Las arañas tejían, en el musgo levantaban Bejines que asomaban en mis rodillas.
Finalmente llegó la luz en mi larga noche, Y vi como mi cabello colgaba gris. "¡Aunque esté encorvado, debo encontrar el mar! Me he perdido, y no conozco el camino, ¡Pero partiré!" Entonces tropezé; La sombra cayó sobre mi como un murciélago cazador; En mis oidos sopló un viento errante, E intenté cubrirme con ropas andrajosas. Mis manos estaban rotas, mis rodillas cansadas, Y los años pesaban sobre mi espalda, Cuando la lluvia en mi cara trajo un sabor salado, Y pude oler el aroma de los pecios del mar.
Los pájaros llegaron navegando, aullando, lamentándose, Oí voces en frías cuevas, Focas ladrando, el gruñido de las rocas, Y el mugir de las rocas en los acantilados. El invierno pasó veloz; me sumergí en la niebla, Llevé mis años hasta el fin del mundo; La nieve estaba en el aire, el hielo en mis cabellos, La oscuridad se extendía en la última orilla.
El barco aún esperaba a flote, Llevado por la corriente, sacudiendo la proa. Cansado yací en él, mientras me llevaba, Saltando las olas, cruzando los mares, Pasando junto a viejos cascos, repletos de gaviotas Y grandes buques repletos de luz, Que llegaban a puerto, oscuros como cuervos, Silenciosos como la nieve, en la noche profunda.
Las casas estaban cerradas, el viento sigiloso las rodeaba, Las calles estaban vacías. Me senté junto a una puerta, Y donde una suave lluvia cayó en un desagüe Arrojé todo cuanto llevaba: En mi apretada mano algunos granos de arena, Y una concha marina silenciosa y muerta. Nunca escuchará mi oído el sonido de esa campana, Ni hollarán mis pies aquella orilla Nunca más, ya que en una callejuela triste, En un callejón ciego, o en una larga calle Camino furioso. Me hablo a mi mismo; Porque siguen sin hablar, aquellos a quienes encuentro.Etiquetas: J.R.R. Tolkien |