The Fellowship of the Ring. Many Meetings John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973)
Eärendil was a mariner that tarried in Arverinien; he built a boat of timber felled in Nembrethil to journey in; her sails he wove of silver fair, of silver were her lanterns made, her prow was fashioned like a swan, and light upon her banners laid.
In panoply of ancient kings, in chainéd rings he armoured him; his shining shield was scored with runes to ward all wounds and harm from him; his bow was made of dragon-horn, his arrows shorn of ebony, of silver was his habergeon, his scabbard of chalcedony; his sword of steel was valiant, of adamant his helmet tall, an eagle-plume upon his crest, upon his breast an emerald.
Beneath the Moon and under star he wandered far from northern strands, bewildered on enchanted ways beyond the days of mortal lands. From gnashing of the Narrow Ice where shadow lies on frozen hills, from nether heats and burning waste he turned in haste and roving still on starless waters far astray at last he came to Night of Naught, and passed, and never sight he saw of shining shore nor light he sought.
The winds of wrath came driving him, and blindly in the foam he fled from west to east and errandless, unheralded he homeward sped.
There flying Elwing came to him, and flame was in the darkness lit; more bright than light of diamond the fire upon her carcanet. The Silmaril she bound on him and crowned him with the living light, and dauntless then with burning brow he turn his prow; and in the night from Otherworld beyond the Sea there strong and free a storm arose, a wind of power in Tarmenel; by paths that seldom mortal goes his boat it bore with biting breath as might of death across the grey and long-forsaken seas distressed: from east to west he passed away.
Through Evernight he back was borne on black and roaring waves that ran o'er leagues unlit and foundered shores that drowned before the Days began, until he heard on strands of pearl where ends the world the music long, where ever-foaming billows roll the yellow gold and jewels wan. He saw the Mountain silent rise where twilight lies upon the knees of Valinor, and Eldamar beheld afar beyond the seas. A wanderer escaped from night to haven white he came at last, to Elvenhome the green and fair where keen the air, where pale as glass beneath the hill of Ilmarin a-glimmer in a valley sheer the lamplit towers of Tirion are mirrored on the Shadowmere.
He tarried there from errantry, and melodies they taught to him, and sages of old him marvels told, and harps of gold they brought to him. They clothed him then in elven-white, and seven lights before him sent, as through the Calacirian to hidden land forlorn he went. He came unto the timeless halls where shining fall the countless years, and endless reigns the Elder King in Ilmarin on Mountain sheer; and words unheard were spoken then of folk of Men and Elvin-kin, beyond the world were visions showed forbid to those that dwell therein.
A ship then new they built for him of mithril and of elven glass with shining prow; no shaven oar nor sail she bore on silver mast: the Silmaril as lantern light and banner bright with living flame to gleam thereon by Elbereth herself was set, who thither came and wings immortal made for him, and laid on him undying doom, to sail the shoreless skies and come behind the Sun and light of Moon.
From Evereven's lofty hills where softly silver fountians fall his wings him bore, a wandering light, beyond the mighty Mountain Wall. From World's End then he turned away, and yearned again to find afar his home through shadows journeying, and burning as an island star on high above the mists he came, a distant flame before the Sun, a wonder ere the waking dawn where grey the Norland waters run.
And over Middle-earth he passed and heard at last the weeping sore of women and of elven-maids In Elder Days, in years of yore. But on him mighty doom was laid, till Moon should fade, an orbéd star to pass, and tarry never more on Hither Shores were mortals are; for ever still a herald on an errand that should never rest to bear his shining lamp afar, the Flammifer of Westernesse.
La Comunidad del Anillo. Muchos Encuentros
Eärendil era un marino que en Arvernien se demoró; y un bote hizo en Nimrethel de madera de árboles caídos; tejió las velas de hermosa plata, y los faroles fueron de plata; el mascarón de proa era un cisne y había luz en las banderas.
De una panoplia de antiguos reyes obtuvo anillos encadenados, un escudo con letras rúnicas para evitar desgracias y heridas, un arco de cuerno de dragón y flechas de ébano tallado; la cota de malla era de plata y la vaina de piedra calcedonia, de acero la espada infatigable y el casco alto de adamanto; llevaba en la cimera una pluma de águila y sobre el pecho una esmeralda.
Bajo la luna y las estrellas erró alejándose del norte, extraviándose en sendas encantadas más allá de los días de las tierras mortales. De los chirridos del Hielo Apretado, donde las sombras yacen en colinas heladas, de los calores infernales y del ardor de los desiertos huyó de prisa, y errando todavía por aguas sin estrellas de allá lejos llegó al fin a la Noche de la Nada, y así pasó sin alcanzar a ver la luz deseada, la orilla centelleante.
Los vientos de la cólera se alzaron arrastrándolo y a ciegas escapó de la espuma del este hacia el oeste, y de pronto volvió rápidamente al país natal.
La alada Elwin vino entonces a él y la llama se encendió en las tinieblas; más clara que la luz del diamante ardía el fuego encima del collar; y en él puso el Silmaril coronándolo con una luz viviente; Eärendil, intrépido, la frente en llamas, viró la proa, y en aquella noche del Otro Mundo más allá del Mar furiosa y libre se alzó una tormenta, un viento poderoso en Termanel, y como la potencia de la muerte soplando y mordiendo arrastró el bote por sitios que los mortales no frecuentan y mares grises hace tiempo olvidados; y así Eärendil pasó del este hacia el oeste.
Cruzando la Noche Eterna fue llevado sobre las olas negras que corrían por sombras y por costas inundadas ya antes que los Días empezaran, hasta que al fin en márgenes de perlas donde las olas siempre espumosas traen oro amarillo y joyas pálidas, donde termina el mundo, oyó la música. Vio la montaña que se alzaba en silencio donde el crepúsculo se tiende en las rodillas de Valinor, y vio a Eldamar muy lejos más allá de los mares. Vagabundo escapado de la noche llegó por último a un puerto blanco, al hogar de los elfos claro y verde, de aire sutil; pálidas como el vidrio, al pie de la colina de Ilmarin resplandeciendo en un valle abrupto las torres encendidas del Tirion se reflejan allí, en el Lago de Sombras.
Allí dejó la vida errante y le enseñaron canciones, los sabios le contaron maravillas de antaño, y le llevaron arpas de oro. De blanco élfico lo vistieron y precedido por siete luces fue hasta la oculta tierra abandonada cruzando el Calacirian. Al fin entró en los salones sin tiempo donde brillando caen los años incontables, y reina para siempre el Rey Antiguo en la montaña escarpada de Ilmarin; palabras desconocidas se dijeron entonces de la raza de los hombres y de los elfos, le mostraron visiones del trasmundo prohibidas para aquellos que allí viven.
Un nuevo barco para él construyeron de mitril y de vidrio élfico, de proa brillante; ningún remo desnudo, ninguna vela en el mástil de plata: el Silmaril como linterna y en la bandera un fuego vivo puesto allí mismo por Elbereth, y otorgándole alas inmortales impuso a Eärendil un eterno destino: navegar por los cielos sin orillas detrás del Sol y la luz de la Luna.
De las altas colinas de Evereven donde hay dulces manantiales de plata las alas lo llevaron, como una luz errante, más allá del Muro de la Montaña. Del fin del mundo entonces se volvió deseando encontrar otra vez la luz del hogar; navegando entre sombras y ardiendo como una estrella solitaria fue por encima de las nieblas como fuego distante delante del sol, maravilla que precede al alba, donde corren las aguas de Norlanda.
Y así pasó sobre la Tierra Media y al fin oyó los llantos de dolor de las mujeres y las vírgenes élficas de los Tiempos Antiguos, de los días de antaño. Pero un destino implacable pesaba sobre él: hasta la desaparición de la Luna pasar como una estrella en órbita sin detenerse nunca en las orillas donde habitan los mortales, heraldo de una misión que no conoce descanso llevar allá lejos la claridad resplandeciente, la luz flamígera de Oesternesse.Etiquetas: J.R.R. Tolkien |