Oscar Wilde -Athanasia- |
domingo, 13 de abril de 2003 |
Athanasia Oscar Wilde (Ireland, 1854 - 1900)
To that gaunt House of Art which lacks for naught Of all the great things men have saved from Time, The withered body of a girl was brought Dead ere the world’s glad youth had touched its prime, And seen by lonely Arabs lying hid
In the dim womb of some black pyramid. But when they had unloosed the linen band Which swathed the Egyptian’s body,—lo! was found Closed in the wasted hollow of her hand A little seed, which sown in English ground
Did wondrous snow of starry blossoms bear, And spread rich odours through our springtide air. With such strange arts this flower did allure That all forgotten was the asphodel, And the brown bee, the lily’s paramour,
Forsook the cup where he was wont to dwell, For not a thing of earth it seemed to be, But stolen from some heavenly Arcady. In vain the sad narcissus, wan and white At its own beauty, hung across the stream,
The purple dragon-fly had no delight With its gold dust to make his wings a-gleam, Ah! no delight the jasmine-bloom to kiss, Or brush the rain-pearls from the eucharis. For love of it the passionate nightingale
Forgot the hills of Thrace, the cruel king, And the pale dove no longer cared to sail Through the wet woods at time of blossoming, But round this flower of Egypt sought to float, With silvered wing and amethystine throat.
While the hot sun blazed in his tower of blue A cooling wind crept from the land of snows, And the warm south with tender tears of dew Drenched its white leaves when Hesperos uprose Amid those sea-green meadows of the sky
On which the scarlet bars of sunset lie. But when o’er wastes of lily-haunted field The tired birds had stayed their amorous tune, And broad and glittering like an argent shield High in the sapphire heavens hung the moon,
Did no strange dream or evil memory make Each tremulous petal of its blossoms shake? Ah no! to this bright flower a thousand years Seemed but the lingering of a summer’s day, It never knew the tide of cankering fears
Which turn a boy’s gold hair to withered grey, The dread desire of death it never knew, Or how all folk that they were born must rue. For we to death with pipe and dancing go, Nor would we pass the ivory gate again,
As some sad river wearied of its flow Through the dull plains, the haunts of common men, Leaps lover-like into the terrible sea! And counts it gain to die so gloriously. We mar our lordly strength in barren strife
With the world’s legions led by clamorous care, It never feels decay but gathers life From the pure sunlight and the supreme air, We live beneath Time’s wasting sovereignty, It is the child of all eternity
Athanasia
A esta vasta y desnuda mansión del Arte, en la que no falta ninguna de las grandes cosas que los hombres han salvado del tiempo, trajeron el cuerpo marchito de una doncella, muerta antes de quela dichosa juventud del mundo hubiese alcanzado su floración. Había sido descubierta por unos árabes solitarios, muy oculta en el seno tenebroso de una negra pirámide.
Pero no bien fueron desenrolladas las vendas de lino que envolvían el cuerpo de la egipcia, encontraron en el hueco de su mano un grano que fue sembrado en tierra inglesa y que produjo una verdadera nieve de flores estrelladas, esparciendo ricos perfumes en nuestro aire primaveral.
Esta flor seducía con encantos tan extraños, que hizo que se olvidara por completo al asfódelo y que la oscura abeja, la amante del lirio, abandonara la copa donde se cobijaba de costumbre, porque nadie hubiese creído que aquello fuera una cosa terrestre, sino más bien que había sido robada de alguna Arcadia celeste.
En vano el triste narciso, languideciente y pálido por la contemplación de su propia belleza, se inclinaba sobre el arroyo; la libélula púrpura ya no encontraba placer en pintar sus alas con el oro de su polen, ni encontraba gusto en besar la flor del jazmín o en hacer llover del eucaristo las perlas de rocío.
Por amor a ella se olvidó el apasionado ruiseñor de las montañas de Tracia y del rey cruel; y la blanquecina tórtola no pensó ya en volar durante los tiempos húmedos, en la época de la florescencia. Intentaba revolotear alrededor de aquella flor de Egipto, con sus alas de plata y su pecho de amatista.
Mientras el sol abrasador llameaba en lo alto de su torre azul, un viento refrescante llegó furtivamente del país de las nieves, y su hermano el cálido viento del Sur llegó asimismo con tiernas lágrimas de rocío y humedeció sus blancas hojas. Y Hespero surgió de aquellas praderas del cielo, color alga marina, sobre las cuales se extienden las fajas escarlatas del poniente.
Pero cuando los pájaros fatigados cesaron en sus canciones amorosas por los campos desiertos poblados de lirios, cuando la luna, ancha y resplandeciente como un escudo de plata, se balanceó en el cielo de zafiro, ¿no vino entonces un extraño sueño, un mal recuerdo a agitar a todos los pétalos temblorosos de sus flores?
¡Oh, no! Para aquella flor magnífica un millar de años sólo parecía ser la prolongación de hermoso día de estío. ¡Ella no sabía nada de la marejada de inquietudes corrosivas que convierten en un gris descolorido el oro de la cabellera de un adolescente! No conoció ella jamás la terrible aspiración después de la muerte, ni la tristeza de haber nacido que deben experimentar todos los mortales.
Porque vamos hacia la muerte tocando la flauta, danzando, y no querríamos volver a pasar por la puerta de marfil, a semejanza de un río melancólico, que, cansado de correr por su cauce, lánzase como un amante en el terrible mar, y encuentra provecho en morir tan gloriosamente.
Derrochamos nuestra fuerza majestuosa en luchas estériles contra las legiones del mundo dirigidas por la pena ruidosa; no se siente ella nunca decaer, pero extrae la vida de la pura luz del sol, y del aire sublime, vivimos bajo el poderío devastador del Tiempo; ella es hija de toda eternidad
Versión de Julio Gómez de la Serna y E. P. GarduñoEtiquetas: Oscar Wilde |
posted by Torre @ 20:32 |
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