Sailing to Bizancio William Butler Yeats (Irlanda, 1865-1939)
I That is no country for old men. The young In one another's arms, birds in the trees -Those dying generations - at their songs, The salmon-falls, the mackerel-crowded seas, Fish, flesh, or fowl, commend all summer long Whatever is begotten, born, and dies. Caught in that sensual music all neglect Monuments of unageing intellect.
II An aged man is but a paltry thing, A tattered coat upon stick, unless Soul clap its hands and sing, and louder sing For every tatter in its mortal dress. Nor is there singing school but studying Monuments of its own magnificence; And therefore I have sailed the seas and come To the holy city of Bizantium.
III O sages standing in God's holy fire As in the gold mosaic of a wall, Come from the holy fire, perne in a gyre, And be the singing-masters of my soul. Consume my heart away; sick with desire And fastened to a dying animal It knows not what it is; and gather me Into the artifice of eternity.
IV Once out of nature I shall never take My bodily form from any natural think, But such a form as Grecian goldsmiths make Of hammered gold and gold enamelling To keep a drowsy Emperor awake; Or set upon a golden bough to sing To lords and ladies of Bizantium Of what is past, or passing, or to come.
Navegando hacia Bizancio
I Aquel no es un país para hombres viejos. Los jóvenes Tomados del brazo, las aves en los árboles - Las generaciones que mueren - cantando, Las cascadas de salmón, los mares repletos de atún, Peces, animales, aves, encomian todo el verano Todo aquello que se produce, nace, y muere. Atrapado en esa música sensual todo ignora Monumentos de intelecto que no envejece.
II Un hombre viejo no es más que una cosa miserable, Un abrigo andrajoso sobre un bastón, a menos Que el alma aplauda y cante, y cante más fuerte Por cada arruga en su traje mortal. Ni hay otra escuela de canto que el estudio De monumentos de magnificencia única; Y por eso he navegado los mares y he venido A la santa ciudad de Bizancio.
III Oh sabios que estais en el fuego sagrado de Dios Y en el dorado mosaico de un muro, Venid del fuego sacro, girad hasta mí, Y sed los maestros de canto de mi alma. Consumid mi corazón; enfermo de deseo Y atado a un animal agonizante No sabe ya lo que es; y llevadme A la ilusión de la eternidad.
IV Una vez fuera de la naturaleza, no he de tomar Mi forma de ninguna cosa natural, Sino una forma como la que los herreros griegos hacen De oro repujado y esmalte dorado Para mantener despierto a un somnoliento Emperador; O ponen en una rama dorada para que cante A los señores y las damas de Bizancio Sobre lo pasado, lo presente, o lo por venir.Etiquetas: William Butler Yeats |