Her vision in the wood William Butler Yeats (Irlanda, 1865-1939)
Dry timber under that rich foliage, At wine-dark midnight in the sacred wood, Too old for a man's love I stood in rage Imagining men. Imagining that I could A greater with a lesser pang assuage Or but to find if withered vein ran blood, I tore my body that its wine might cover Whatever could rccall the lip of lover.
And after that I held my fingers up, Stared at the wine-dark nail, or dark that ran Down every withered finger from the top; But the dark changed to red, and torches shone, And deafening music shook the leaves; a troop Shouldered a litter with a wounded man, Or smote upon the string and to the sound Sang of the beast that gave the fatal wound.
All stately women moving to a song With loosened hair or foreheads grief-distraught, It seemed a Quattrocento painter's throng, A thoughtless image of Mantegna's thought -- Why should they think that are for ever young? Till suddenly in grief's contagion caught, I stared upon his blood-bedabbled breast And sang my malediction with the rest.
That thing all blood and mire, that beast-torn wreck, Half turned and fixed a glazing eye on mine, And, though love's bitter-sweet had all come back, Those bodies from a picture or a coin Nor saw my body fall nor heard it shriek, Nor knew, drunken with singing as with wine, That they had brought no fabulous symbol there But my heart's victim and its torturer.
Su visión en el bosque
Tronco seco entre viva fronda, en la medianoche de negro vino, yo, por el bosque sagrado, vieja para el amor de un hombre, en mi furor hombres imaginaba. Y acaso imaginando que un más leve dolor al punzante ahogaría, o por ver si corría sangre por las ajadas venas, mi cuerpo herí: que cubriera su vino todo lo que recuerda a unos labios de amante.
Y luego, como alzara mis dedos, la mirada fija en el negro vino de las uñas, o el negro que escurría a lo largo de mis dedos ajados, el negro se hizo rojo, y brillaron antorchas, y violenta una música estremeció a los árboles: una tropa que en andas llevaba a un hombre herido, hondas cuerdas tañendo, a su compás cantaba e increpaba a la bestia que esa llaga infligiera.
Eran bellas mujeres las que movía el canto: desatado el cabello, la frente atormentada -tropel de algún pintor del Quattrocento, imagen impensante de algún pensativo Mantegna... ¿y por qué pensarían las para siempre jóvenes?-. Pero ya contagiada por tanta pesadumbre y mirando sus pechos salpicados de sangre, mi maldición lancé de pronto con el coro.
Y aquello, sangre, escoria, despojo de la bestia, clavó en mí la mirada vidriosa. Amargo y dulce, el amor me llenó la boca. Mas no vieron los cuerpos de medalla o fresco desplomarse mi cuerpo; mi alarido no oyeron: se ignoraban, ebrios de su cantado vino, los portadores -no de símbolo o fabula- de aquel en quien se aunaba para mi corazón la víctima al verdugo.
Versión de Ulalume González de LeónEtiquetas: William Butler Yeats |